domingo, 23 de junio de 2013

Capítulo XII.- Historia de un maestro

-¿Y qué me cuentas? ¿Controlaste bien a la clase el primer día? –dijo Paula intentando sacar tema de conversación.
-Sí, la tengo dominada –le contesté medio en broma medio en serio-. ¿Tú qué tal con los pequeños?
-Pues bien. La verdad es que es mucho más fácil que con los mayores. Al menos para mí.
-Me alegro –le respondí sin saber muy bien qué más decir.

Lo cierto es que cuando no conoces a una persona en teoría es cuando más preguntas tienes para hacerle, pero en la práctica no sabes qué preguntarle. No sabes si tienes derecho a sacar ciertos temas y al final siempre se acaba hablando del trabajo o cosas así. Yo hablo del trabajo cuando tengo algo que contar, y en ese momento consideraba que no tenía nada interesante que decir, así que se produjo un silencio que me vi obligado a romper.

-Bueno, y la vida bien, ¿no? –típica pregunta que utilizo cuando no sé qué decir y que en ocasiones me saca de situaciones embarazosas.
-Sí, no me quejo. Tengo 28 años, trabajo en lo que me gusta, estoy independizada, y tengo novio desde hace dos años y medio. La verdad es que poco más puedo pedir. ¿Y tú qué?
-Pues yo para seguir tu esquema te diré que tengo 22 años, trabajo en algo que creo que me gusta pero que aún no tengo experiencia suficiente para confirmártelo, que vivo con mis padres, y que no tengo novia. Pero bueno, que no me quejo tampoco.
-¿Te puedo preguntar desde cuándo no tienes novia? –me dijo ella con rostro de saber que se estaba tirando a la piscina porque ya le estábamos dando un toque de seriedad a la conversación.
-Sí mujer. Tú preguntar puedes preguntar lo que quieras, otra cosa es que yo te conteste todo lo que tú me preguntes. Pero bueno, te diré que desde hace un año.
-¿Y qué pasó?
-Discrepancias de las cuales no quiero hablar ni aquí ni ahora la verdad –le contesté instintivamente, de forma borde, cortando de raíz el tema.
-Vale vale, tranquilo –me dijo Paula con una sonrisa en la boca, aunque posiblemente algo cortada por mi contestación.

Poco tiempo más tarde, y después de continuar con una conversación tensa debido a mi respuesta, Paula dijo que se iba.

-En fin, me voy a ir que quedé con Rubén, mi novio, a las nueve, y son las ocho y media.

Posiblemente ella no hubiese quedado con nadie. No lo sé. El caso es que entendí que la conversación desde mi bordería había cogido un grado de tensión que resultaba poco agradable continuar. Es posible que mi respuesta la pudiese haber hecho de otra manera, pero me salió así.
Al final la “cita” no es que fuese un éxito rotundo la verdad, pero bueno, ya tendría ocasión de arreglarlo en otro momento.

Nos despedimos con un “hasta mañana” y se acabó. Cada uno por un lado. Llegué a mi casa, cené, vi esa serie absurda que echan en la tele y que mi madre piensa que me gusta, me acosté, y no le di muchas más vueltas al asunto. Al día siguiente tenía clase.

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