miércoles, 12 de junio de 2013

Capítulo VII.- Historia de un maestro

Después de aquella conversación que tuve con Paula en la cafetería, aquella situada en frente al colegio, llegaron reuniones preparativas para el nuevo curso. Allí conocí al resto del profesorado y, salvo Paula, nadie bajaba de los 45 años. La verdad es que no tenía nada en contra de la edad de la gente, pero sabía que eso me limitaría a tener única y exclusivamente una relación profesional con ellos.


Con Paula era diferente, pasaban los días y cada vez cogía más confianza con ella. Lo cierto es que siempre que llegaba al centro y había alguna reunión yo me iba a su lado, por ello de que era la única a la que conocía y que, además, yo no estaba acostumbrado a tener relación con gente tan mayor que no fueran mis padres o tíos. Con el tiempo fui hablando un poco más con el resto del profesorado, sobretodo con Marta, la que había sido profesora de Pablo “Terremoto” el año anterior. Efectivamente me confirmó lo que Paula me había dicho el día de la cafetería, ese niño supuestamente me las iba a hacer pasar putas, hablando claro. Pero yo tenía confianza en poder pararle los pies desde el primer instante.

Llegó el primer día de clase y, cuando me disponía a entrar en el aula, recordé las palabras de Paula, “si logras hacerte respetar y mantener el orden, tienes un buen grupo de niños”. Así que entré en el aula cual sargento de la marina estadounidense.
Pero fue asomarme por la puerta y ver a una veintena de niños corriendo por la clase, saltando por las mesas, tirándose bolas de papel,… Era la escena de una película, tal cual. Llega el profesor nuevo y nada más entrar tiene la 3ª Guerra Mundial montada en su clase y no sabe cómo pararla. Quise pensar que eso era porque venían de unas largas vacaciones y estaban un poco excitados, por lo tanto hice como si aquello no me intimidase. Esa era la clave. Cerré la puerta y comenzó el show.

-Por favor, nos vamos sentando –dije de pie justo delante del encerado con una decena de libros en la mano.

Ni puto caso. Paula me había dicho que a esas edades llega un momento que pierden el respeto a la autoridad. Mira Paula, para perder algo primero hay que tenerlo, y yo por lo de ahora no tenía ni lo primero. Pero vamos, que olvidé todo consejo que me habían dado en el último mes sobre cómo llevar una clase y cómo hacerme respetar, y decidí hacer las cosas a mi manera.
Llegué a la mesa del profesor esquivando las bolas de papel que había en el suelo y, mirando fijamente a la clase, solté la decena de libros sobre la mesa desde una altura que me garantizase que el ruido se escuchara en conserjería.
En el tiempo que tardaron en caer los libros sobre la mesa los niños se habían callado y se habían sentado rápidamente en el sitio que les quedaba más cerca de su posición de combate. Mientras tanto, yo estaba allí de pie poniendo mi mejor cara de mala hostia. Mentiría si te dijera que se me daba mal actuar, y más si te dijese que no me gustaba hacerlo.

-El próximo día que tenga que hacer esto vais a tener un problema, y yo de vosotros no querría saber cuál es –realmente no lo tenía pensado ni yo, pero aquí todo era aparentar-. Mi nombre es Carlos, y atended bien a lo que voy a decir. No soy vuestro padre, no soy vuestro amigo, no soy vuestro compañero de clase,… soy vuestro profesor, que implica casi todas las tareas que hacen los anteriormente citados más alguna a mayores –me sentía Dios, todo el mundo allí callado, mirándome, y aparentemente escuchando-. Deduzco que donde estáis ahora sentados no es donde queréis estar, sino que es el sitio que os quedaba más cerca de vuestra posición de disparo de bolas de papel –se pudo visualizar alguna sonrisa de “nos han cachado”-, así que ahora os vais a levantar, y os vais a sentar donde queráis –fue terminar esta frase y comenzar a escucharse sillas arrastrándose-. ¡Ey! Tranquilitos que no acabé. Tenéis 2 minutos para sentaros dónde queráis. Podéis hablar para encontrar el mejor sitio, pero como esto se descontrole tendréis un problema.


Parecería una locura lo que estaba haciendo. Estaba dejando a la clase que cinco minutos antes estaba en plena guerra sentarse donde quisiera. Pero la verdad es que tenía un as debajo de la manga, algo que siempre pensé en hacer el primer día de clase y que ahora iba a llevar a cabo.

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