jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo IV.- Historia de un maestro

-¿Tienes pareja? –me preguntó mientras hacía unas anotaciones en el papel que tenía delante de él.
-No –respondí con rotundidad.
-¿Estás independizado o vives con tus padres?
-Con mis padres.

Después de varias preguntas a nivel personal, que a día de hoy no sé qué objetivo buscaban, terminó la entrevista. Acabó como acaban todas las entrevistas en las que sabes que no te van a coger, “muchas gracias, ya te llamaremos”.
Emprendí el camino a casa. No iba de muy buen humor porque, al fin y al cabo, acababa de tener una entrevista que, con total seguridad, había fracasado. El director no parecía muy entusiasmado conmigo. Llegué a casa y la conversación que tuve con mi madre nada más entrar por la puerta fue tal que así:

-No irías a la entrevista en chándal, ¿no? –me insinuó de la forma en la que insinúan las madres sabiendo ya la respuesta.
-Hola. Sí mamá, fui en chándal. No me marees la cabeza anda –le dije para intentar evitar el tema. Mi madre era capaz de ponerse muy pesada.
-Por tu contestación intuyo que no fue muy bien la entrevista. Normal, ¿quién va a contratar a alguien que se presenta en chándal? Qué vergüenza. Andrés te consigue una entrevista y tú te presentas en chándal, como quien no quiere el trabajo. Yo no le pienso llamar para dar explicaciones, ya te lo digo.

No contesté a esto último. No tenía fuerzas para discutir. Es cierto que, mientras hacía la entrevista y veía que no era muy del agrado del director, me daba un poco igual, intentaba mostrarme indiferente, que no me afectase. Al fin y al cabo era sólo una entrevista. Pero después empecé a pensar en qué pasaría si no hubiera ido en chándal, en mi madre enfadada, en el favor que me había hecho Andrés,… y me afectó un poco.
Pasaron un par de días y yo ya lo tenía superado, estaba mirando a qué otro colegio ir a presentarme como candidato, porque la idea de no estudiar cuarenta temas, o los que fuesen para las oposiciones, seguía en pie.
Pero sonó el teléfono. Que dices tú “joder, qué novedad, en mi casa suena varias veces al día”. Sí, pero no era una llamada cualquiera, era la llamada.

-¿Diga? –respondí mientras comía una galleta.
-Hola, buenas tardes, ¿está Carlos?

Era la voz del director, sí, de Miguel, del impresentable aquel que tan bien me cayó. Me atraganté con la galleta, empecé a toser, a babarme, me limpié, y cuando conseguí volver al teléfono estaba Miguel preguntando si había alguien al otro lado. Le dije que sí, que era yo, que estaba hablando con Carlos. Me citó para el día siguiente en el colegio. No me dio ningún motivo, sólo que me pasase por allí.
¿Para qué me iba a decir que fuese si no era porque me iba a contratar? O al menos con ese pensamiento iba yo.

Así que pasó el día y allí me presenté.

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