martes, 18 de junio de 2013

Capítulo IX.- Historia de un maestro

La inmensa mayoría de los niños dicen “qué mierda, hoy es lunes, tengo que ir otra vez a esa escuela”. Pero ése no es el peor de los datos. La inmensa mayoría de los docentes dicen eso mismo.
Mi objetivo número uno era lograr que ese pensamiento de los niños cambiara. Me daba igual de quién fuera la culpa de que pensasen así. No iba a empezar a buscar culpables entre sus profesores pasados porque sería tiempo que perdería en conseguir que mis alumnos se levantasen por la mañana contentos por venir a verme.


Me gusta el protagonismo, pero hay que saber dónde puedes tenerlo y dónde no. Un colegio no debe de estar hecho para el protagonismo de los profesores, debe de estar hecho para el de los niños. Una clase donde el profesor habla más que el alumno no tiene sentido. ¿Cómo no se van a aburrir si no participan? ¿A quién le gusta ir a un sitio única y exclusivamente a escuchar a una persona hablando sobre un tema que no te interesa, o un tema con el que no te ves identificado?
Todo eso y más yo quería cambiarlo.

-¿David Alonso? –dije comenzando a pasar lista.

Un niño con gafas, pelo corto sin peinado definido, y de estatura más pequeña que la media, levantó la mano a mitad de la fila situada al lado de la ventana.

-La próxima vez procura decir “presente”, “sí, “estoy”, o algún sonido significativo que me haga saber que estás, porque si después de leer cada nombre tengo que levantar la cabeza y buscar una mano, y después volverla a bajar para leer otro nombre, y después volverla a levantar para buscar la siguiente mano… Es posible que con el décimo nombre esté mareado.

Después de alguna que otra risa provocada por mi incuestionable sentido del humor continué con la lista.

-¿Laura Álvarez?
-Presente –contestó una voz aguda situada en la última fila.

Era una niña que llevaba el uniforme del colegio con estilo, bien puesto. Espalda recta, brazos encima de la mesa, un bolígrafo en su mano derecha, y una libreta ya abierta esperando a ser estrenada. Teniendo en cuenta que los de la última fila son los que se habían sentado en la primera al principio pues podía deducir que esa niña era lo que se entendía como una buena estudiante, aunque por ahora no voy a entrar a valorar lo que para mí es, o deja de ser, un buen estudiante.

-¿Pablo Bermúdez? –pregunté sabiendo ya que era Pablo “Terremoto”, pues sabía que sólo tenía un Pablo en clase.
-¡Señor, sí señor! –me contestó gritando el niño que se había rebelado al cambio de sitio y al que le tuve que mover la mesa a la fila de delante ante su amor eterno por ella.

Cuando se me rebeló yo ya supuse que ése era el famoso Pablo, pero ahora ya lo había confirmado. Así que nada, a trabajar en ello.

-Oye, ¿te pasa algo? –le pregunté de forma seria y desafiante-. Porque si te pasa algo lo solucionamos, no hay ningún problema. Buscamos la manera y en pocos días conseguimos que seas capaz de contestar con un tono de voz normal sin necesidad de gritar. Si tienes algún problema házmelo saber que nos ponemos desde hoy con la solución. Y por cierto, no me llames señor, prefiero Carlos.

No me contestó. Posiblemente él estuviera acostumbrado a hacer todo cuanto quisiera en clase sin que el profesor de turno le dijera nada, posiblemente porque ya lo daban por un caso perdido, pero ahora había tenido mala suerte. Para mí cada día que pasase que no fuera capaz de controlar su conducta sería marcado como un fracaso en mi vida, y no me gustaba fracasar.

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