domingo, 16 de junio de 2013

Capítulo VIII.- Historia de un maestro

Mientras se estaban organizando yo me senté en la mesa del profesor y coloqué la decena de libros que había tirado encima con anterioridad y que habían quedado un tanto demacrados. Cuando terminé, pasados unos tres minutos, levanté la cabeza y los vi a todos en sus nuevos puestos hablando con el compañero que tenían al lado. Me levanté, me situé delante de la primera fila, y comencé a hablar.

-Bien, ahora que ya estáis todos sentados, los de la primera fila que se levanten y se cambien al completo con la última, que pasará a ser la primera. El motivo es porque no me gustan los empollones –cuatro años de carrera esperando para hacer eso.

Cuando eres profesor y te toca un grupo que no conoces tienes que hacer todo lo posible para conocerlo lo antes que puedas, y dejar que se sienten donde quieran es una de las mejores maneras. Los buenos estudiantes y que además nunca llevan la contraria al profesor son los que siempre se sientan delante, los que se sientan por el medio suelen ser un término medio que contiene estudiantes de todo tipo pero sin extremismos, y los que se sientan en la última fila son los que además de suspender te van a hacer la clase imposible. Así que yo, desde el primer momento, tenía localizados a los diferentes grupos que había en clase sólo diciendo que se sentaran donde quisieran. Teniendo en cuenta que los buenos estudiantes lo van a seguir siendo se sienten donde se sienten, pues no se verían perjudicados sentándose atrás. En cambio los cafres aún tenían solución, o al menos yo iba a intentar que así fuera, por lo tanto que se sentaran delante en un principio.
Todo esto era temporal, no creía en una rigidez posicional durante todo un curso. Con el paso del tiempo los iría moviendo según sus necesidades en cada momento.

Los de la primera fila ya estaban emprendiendo el camino hacia el final sin presentar ningún tipo de problema cuando un niño de la última se empezó a quejar.

-No es justo, nos dijiste que nos podíamos sentar donde quisiéramos. Yo no me quiero poner en las mesas de delante, yo quiero sentarme en esta –dijo de pie un individuo con el pelo de punta que parecía el cabecilla de la manada.

Comencé a andar hacia él, me paré delante de su mesa, la cogí, la llevé a primera fila, la coloqué en el lugar de otra, hice la misma maniobra con la silla, y una vez que acabé me volví a dirigir a él.

-Pues hala, venga, siéntate en la tuya. ¿Alguno más está enamorado de su mesa y quiere que se cambie con él de sitio? Podemos hacerlo, son móviles.

Ninguno más juró amor eterno a su mesa y acabaron todos sentados donde debían. Les dije que hasta nueva orden se sentaran en esos sitios todos los días, y cuando terminé de transmitir este mandato comencé a pasar lista.

Pasar lista es un procedimiento un tanto inútil a medida que el curso va pasando, ya que ahorras tiempo preguntando simplemente si falta alguien en vez de nombrar uno por uno cada uno de los niños del aula, pero bueno, la primera vez es un instrumento muy útil que te permite analizar de forma individual a cada niño, y créeme cuando te digo que cuando pasas lista por primera vez te encuentras con unos personajes que es para presentarlos a la sociedad.

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