Diez segundos fueron suficientes
desde que se marchó Miguel para que Paula, extrañada por tanto grito, entrase
por la puerta.
-Se le escucharía a él, porque
yo poco dije la verdad –le contesté mientras recogía el abrigo del armario.
-¿Pero se puede saber qué
liaste?
-Nada Paula, de verdad. Nada que
no vaya a volver a hacer mañana, pasado mañana, la semana que viene, y todo el
año. Si no me echan antes, claro.
-Ah, bien, me parece perfecto
que ahora le vayas a plantar cara –me respondió con un claro sarcasmo-. ¿Pero
de verdad te vas a enfrentar a tu jefe? O sea, acabas de llegar, llevas menos
de una semana trabajando aquí, pero tú te vas a enfrentar a él. Carlos, en
serio, pensé que eras más listo.
-Pero vamos a ver, si lo único
que hice fue sacarlos del aula, dar una clase al aire libre, con ejemplos
reales y no mostrando los dibujos que aparecen en los libros, dibujos aún por
encima mal hechos.
-Si a mí eso me parece muy bien,
¿pero tú no te das cuenta de que es tu jefe Carlos? Si no quiere que los niños
estén fuera pues no los sacas y punto. No le lleves la contraria porque no te
conviene, no ganas absolutamente nada.
-Tú tranquila que sé lo que hago
–le dije con una sonrisa mientras me disponía a abandonar el aula.
-Pues yo creo que no tienes ni
idea, pero bueno, si necesitas mi ayuda dímelo.
-Lo haré, pero lo dicho, que
está todo bien. Aún así gracias por preocuparte.
-Te acepto las gracias si me
invitas a un café por la tarde –esperó una respuesta y, viendo que su propuesta
me había pillado por sorpresa, continuó-. De hecho te toca, ahora tienes que
elegir tú un sitio.
La miré y, para no mostrar un
excesivo interés en ese café, ya que si lo hiciese parecería un desesperado,
resoplé, y mostrando un esfuerzo que no era tal le dije que vale, que la
invitaba.
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