11
de septiembre de 2013
Llegaste
con tres años, en el 1995, y te fuiste con doce, en el 2004. Estuviste nueve
años allí metido pero ahora, después de tanto tiempo, nueve años más tarde,
casi no sabes ni por dónde tenías que entrar.
Los
profesores entraban por la puerta pequeña, aquella que, caminando desde tu
casa, está situada unos metros más adelante de la principal.
Pues
tendrás que entrar por ahí. Por donde entran los profesores. Al fin y al cabo
ahora tú eres uno de ellos.
Entras
por la puerta y la gente se te queda mirando preguntándose quién eres. Y tú,
que no conoces a ninguno de los docentes que están allí, ya que cuando tú eras
alumno del centro ellos no estaban, te presentas como el nuevo profesor de
prácticas. Sus caras cogen un gesto facial acogedor y con una sonrisa te
reciben y te dan la bienvenida. Se te presentan y te dicen que pronto llegará
el director para hablar contigo.
Esperando
al susodicho aparece aquella profesora que te dio educación física cuando tú
eras niño, durante unos tres o cuatro años, calculas. Se te queda mirando, pone
una cara extraña pero, sin decirte nada, se sienta en un banco a escasos metros
de ti comenzando una tertulia con uno de los maestros que estaban esperando a
que diesen las nueve para comenzar el curso. Te dan conversación y acabas informando
de que tú has estudiado en ese centro cuando eras pequeño. Ibas a decir que
habías estudiado en él cuando eras niño pero caes en la cuenta de que tú, al
lado de esa gente, aún lo sigues siendo. En ese momento la profesora de
educación física, que estaba atenta a la copla, interviene en la conversación
al son de “ya decía yo que me sonaba tu cara”. Comienzas una breve conversación
intentando que ella recuerde realmente quién eres y a qué clase pertenecías, pero
pronto llega el director y la charla se salda sin éxito.
Cuando
tú abandonaste el centro, camino del instituto, él era el jefe de estudios. Tú
le tenías como una persona seria, distante, con poder. Y seguramente así fuese,
o al menos a ti así te lo parecía. Pero ahora, nueve años después, te recibe de
una forma amable preguntándote directamente con una sonrisa si tú eres Antón.
Asientes, le das la mano devolviéndole la sonrisa, y pasas con él a una sala en
la que entra, a los pocos minutos uniéndose a la reunión, la hoy sí jefa de
estudios.
Tú
jamás has estado en esa sala. Te encuentras en el edificio en el que se hallan
la dirección, la sala de profesores, secretaría, jefatura de estudios,… Un
edificio que tú, como estudiante, prácticamente ni pisaste.
Te
dicen que habían pensado en meterte en un segundo curso con Rosa pero que, si tú
quieres, se te puede meter en un curso de edad más avanzada. Tú dices que no,
que te vale ese segundo, y dices que no porque sabes quién es Rosa. Rosa fue tu
profesora. De hecho fue tu primera profesora. Sí, en 1995 tu primera andadura
en un centro escolar comenzó con Rosa. Tú tenías tres años pero tienes más
recuerdos de ella que de algún profesor que te ha impartido clase algunos años más
tarde. Dieciocho años después vuelves a estar en la misma clase que Rosa. Rosa
fue tu primera profesora y se convertirá ahora en tu primera tutora de
prácticas. Tú toda esta historia la sabes, pero ella no. Ella simplemente
espera a un alumno de prácticas igual que el que tuvo el año pasado.
Son
las diez y los niños ya llevan una hora en las aulas cuando el director te dice
que te va a llevar a la clase que te corresponde. Cruzas el patio cubierto, el
cual separa el edificio donde se encuentran todas las clases de educación
primaria del edificio en el que tú estabas, y entras casi una década después en
aquel sitio que te acogió durante tantos años. Tú lo ves igual. Quizás lo hayan
pintado, dudas. Al llegar al pasillo giras a la izquierda y recuerdas que tú,
en el primer ciclo de primaria, estabas ubicado en el último aula que ves a tu
mano izquierda. Caminas hacia ella detrás del director pero éste, que te va
hablando de ciertos cambios que se hicieron en el centro a nivel organizativo
en tu ausencia, se detiene en el aula que precede a la que tú frecuentaste
durante dos años. Peta en la puerta, la abre, y ves a Rosa sentada delante de
veinticinco niños. El director, que ya sabe que ella fue tu profesora cuando
tenías tres años, le presenta a Rosa el nuevo profesor
de prácticas, precisamente diciéndole que fue su alumno cuando él tenía tres
años. Te dice que sí, que cuando te vio entrar por la puerta ya sabía que de
algo te conocía y le das dos besos. El director se va deseándote suerte mientras
tú comienzas a hablar con Rosa.
Cinco
minutos son suficientes para que se dé cuenta de quién eres, quiénes eran tus
amigos incluso por nombres y apellidos, y cuáles eran tus aficiones. Te
comienza a preguntar por la vida de compañeros tuyos de los cuales tú ya casi
te habías olvidado y eso que habías compartido con ellos varios años y,
sabiendo que vosotros solo fuisteis unos niños de tantos, empiezas a alucinar con
su memoria y comienzas a pensar que, si dejó infantil para meterse en primaria,
quizás fue por tu generación, que fue tan sumamente cafre que la marcó tanto
como para acordarse de todos los niños y de, a su vez, empezar a pensar que era
mejor coger niños más mayores.
Te
presentas a los alumnos, esta vez en castellano y no en italiano como la última
vez, y Rosa coge de nuevo el protagonismo. Los niños tienen que copiar el
horario escrito en el encerado y, algo que parece sumamente sencillo, lleva
toda la mañana. Ves el primer claro caso de niña consentida que aspira a
fracaso escolar, que te llama para que le ayudes a copiar el horario alegando
que es mucha cantidad lo que tiene que escribir, y tú te niegas a ofrecer esa
ayuda respondiendo que si el resto de niños lo hacen ella también puede porque
no es menos ni peor que ninguno. Tarda una eternidad en hacerlo sí, pero el
horario lo copia.
En el
recreo te vas a la sala de profesores y hablas un poco con el resto de los
docentes pero, sobretodo, con las otras profesoras de prácticas.
Pronto
suena la música, que determina la vuelta a la actividad lectiva, y te colocas
delante de la fila que están montando los niños de tu curso para entrar en el
aula. Allí, delante de la hilera, una profesora bastante joven se te acerca y
te dice lo poco que has cambiado y tú, sin saber quién es, aunque te suena su
cara, le sigues el royo asintiendo a lo que dice y comentándole que los años
pasan para todos.
De
camino a clase Rosa, que te ha visto conversar con esta maestra, te pregunta si
también te dio clase Arancha, y tú, ahí, caes en quién es y le dices que sí,
que te dio música y educación física en primero o en segundo de primaria, por lo que empiezas a pensar que, si ahora la has visto joven, cuando te dio clase a ti
hace unos catorce años tenía que ser jovencísima.
La
mañana continúa con los niños asistiendo a clase de inglés. Clase a la que tú
también vas, invitado por la misma profesora, y ves un funcionamiento
totalmente diferente al que tú recuerdas como alumno de esa materia. Los niños
juegan utilizando la Smart Board, o
pizarra interactiva, a juegos lúdicos y didácticos. Algo
completamente contrario a lo que tú recuerdas como alumno. Sales realmente
contento de esa clase, vuelves al aula, y pronto termina la mañana.
Los
niños salen en fila del aula y se colocan de forma ordenada en el patio
cubierto esperando a ser recogidos por sus padres o por la persona encargada en
hacerlo, la cual avisa a la tutora de que se lleva al hijo. Esta es una forma
de salir del colegio nueva para ti, que cuando tú eras niño no existía. Cuando
tú eras niño salías como un niño de clase, corriendo y sin mirar atrás.
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