-Pero a mí me gusta la rutina.
-Ya, pero es peligrosa –me contestó.
-¿Por qué?
-Porque estar inmerso durante mucho tiempo en una
rutina puede hacer que tu vida se vuelva un acto mecánico, que dejes de
pensar en las cosas que haces. Puede llegar el momento en el que no te plantees
nada más, simplemente continúas haciendo lo mismo.
-Bah, no creo que sea tan así como lo pintas. La
rutina te proporciona seguridad, control sobre lo que haces también –le
contesté.
-¿Por qué paseas todos los días por el parque?
-No sé, porque me gusta, supongo.
-¿Y por qué te gusta? –me preguntó esperando una
respuesta concreta.
-Y yo qué sé, porque siempre me ha gustado.
-¿Pero te sigue gustando tanto como te gustaba
antes? ¿Sigues disfrutando tanto con esos paseos como disfrutabas con los
primeros que diste por allí hace ya más de diez años?
-Pues ahora que lo dices la verdad es que no.
Quizás sea el momento de cambiar –le dije.
-Pues eso, que la rutina hace esas cosas. A veces
haces algo por el mero hecho de que llevas mucho tiempo haciéndolo. No te
planteas si te sigue gustando lo que haces, directamente das por hecho que sí.
Si antes te gustaba y te ha gustado hacerlo durante mucho tiempo, ¿por qué no
te va a seguir gustando ahora? Ése es el problema de las largas rutinas, que la gente cambia
durante ellas.
Un silencio de unos cinco segundos se adueñó de la
conversación. Después ella continuó.
-Todo esto también afecta a las personas.
-¿A qué te refieres? –le pregunté extrañado.
-Pues es muy fácil. Tú no dejas de querer a una
persona de un día para otro. Cuando llevas mucho tiempo con alguien, sumido en
una rutina, es complicado darse cuenta de esto. Cuando llevas mucho tiempo con
una persona quizás no la dejas de querer cuantitativamente, pero puede ser que
la forma de quererla haya cambiado. Cuando llevas mucho tiempo con una persona
darse cuenta de esto es muy complicado. Darse cuenta de que tu forma de
quererla ha cambiado aunque no haya cambiado la cantidad es muy difícil. Das
por hecho de que la sigues queriendo igual, de la misma manera, porque siempre
ha sido así. Ni te lo planteas. Cuando el cuánto no cambia, es complicado de
darse cuenta de que ha cambiado el cómo.
-Tienes razón, quizás sea el momento de dejarlo.
-¡No, no, no! Era un ejemplo sin más, no quiero
decir que me esté pasando contigo –me respondió alterada.
-Ya, pero a mí sí.
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