Llegué al colegio y allí estaba
la misma conserje que el primer día. Decir que esta vez no le di pie a que me
mirara extraño. No me presenté en chándal, ya que sería una forma de provocar
al personal y, sinceramente, consideraba que no tenía mucho sentido. Ese día
iba elegante. Bueno, lo elegante que puedo ir yo. No soy de ir en traje por la
calle, ni con polos Lacoste.
-Hola, buenos días. Tengo una
entrevista con el director del centro –le volví a decir a la conserje que, con
la mirada, me transmitía que se acordaba de mí-. ¿Sabes si puedo ir ya a su
despacho?
-Hola guapo –me saludó con el
entusiasmo que le faltó la primera vez-. Hoy vienes más elegante que el otro
día. Espero verte vestir así durante el curso… – ¡já! Por eso estaba tan
amable. ¡Me iban a coger! Yo no sabía nada, aunque lo intuía, pero con una
sonrisilla disimulé como quien ya estaba enterado de todo-. Puedes pasar,
Miguel está en su despacho.
Esta vez no recorrí el pasillo
imaginando al director sentado en el váter. Esta vez iba mirando todo el
recorrido, cada puerta, cada lámpara, cada orla allí expuesta. Aquel sería mi
lugar de trabajo. Estaba radiante de felicidad, pero pensé que no quedaría bien
que Miguel me viese entrando con una sonrisa de gratuidad y satisfacción por la
puerta, así que me propuse hacerme el sueco.
-Hola, ¿se puede? –pregunté con
naturalidad mientras asomaba mi cabeza por la puerta.
-Adelante Carlos, te estaba
esperando –me invitó a pasar aquella voz grave producida por aquel hombre alto,
serio, y con bigote-. Siéntate por favor.
-Pues usted dirá –le dije para
que viera que me acordaba de que quería que le tratasen de usted.
-No me voy a andar con rodeos
porque no es ningún secreto ni nada que no sepas. No te voy a hacer venir aquí
si no es para decirte que estás contratado. No quiero que me hagas ningún tipo
de pregunta. Ni el porqué te contrato, ni nada. Estás contratado y punto –me
dijo con esa seriedad que le caracterizaba a la vez que se levantaba de la
silla-. Yo ahora me tengo que ir porque tengo a un familiar en el hospital.
Aquí tienes el contrato, léelo, y si tienes alguna duda no lo firmes. Ahora al
salir pásate por la sala de profesores. Allí te espera Paula, es la profesora
que hasta el curso pasado estaba al cargo de los alumnos que tú vas a coger.
Ella te contestará a todo lo que tú quieras saber. Todo es todo, ya hablé con
ella. No quería que te fueras de aquí con dudas, así que ella te las resolverá.
¿Todo claro?
-Mmmmmm sí, creo que sí –le
respondí mientras aún asimilaba todo lo que me había soltado-. Bueno, ¿la sala
de profesores donde está?
-Ven conmigo –me ordenó
cediéndome el paso al abrir la puerta.
Me situó justo delante de la
puerta, que se hallaba cerrada, y me dijo que al entrar preguntase por Paula.
Diciéndome eso se despidió con un “hasta mañana” que me hizo sentir uno más del
centro, uno más del grupo docente, uno más del personal del colegio. Me hizo
sentir bien. Lo había conseguido.
Peté en la puerta, la abrí, y
nadie me miró. Una decena de profesores aproximadamente estaba dentro de esa
aula, pero nadie levantó la mirada de lo que estaban haciendo. Cinco mujeres de
entre cuarenta y sesenta años estaban sentadas en una mesa al fondo de la sala,
y otra chica, no mucho mayor que yo, y muy guapa por cierto, se encontraba a
apenas dos metros de mí. Cualquiera de las seis podía ser Paula. Aunque podáis
pensar que fue por otro motivo, me acerqué a la que estaba a escasos metros,
por cercanía nada más.
-Hola, perdona, ¿Paula sabes
quién es? –le pregunté con mi mejor sonrisa, porque aunque ella no fuese Paula,
lo que estaba claro es que con esa chica había que empezar bien la relación.
-Sí, soy yo –me respondió devolviendo
el gesto facial.
Era mi día, ése era mi día. En
un abrir y cerrar de ojos mi vida había cambiado, y yo acababa de convertirme
en una persona feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario