Ayer salí a trabajar. Me subí al camión y me puse al
volante. Pronto arrancamos el vehículo y comenzamos a circular. A mi lado
viajaba mi compañero, un bombero al cual no había visto nunca, y es que llevo
algo así como dos años siendo bombero y aún no sé quién es el que se encarga de
asignar las parejas a la hora de ir en el camión ni qué criterio sigue esa
asignación.
-¿Estás preparado Mike? –le pregunté mientras el vehículo
iba cogiendo velocidad.
No obtuve respuesta. Posiblemente su nombre no era Mike. De
hecho me lo acababa de inventar. Y es que sonaba bien. Le daba un toque
hollywoodiense al asunto.
-Por tu bien espero que lo estés Mike, esto se va a poner
interesante –me dirigí a él con una entonación peliculera.
Cuando el camión ya había cogido una velocidad aceptable empezamos
a acusar el tráfico. Me empecé a preocupar. Teníamos que hacer algo pronto o no
llegaríamos a apagar el fuego.
-¡Apartad malditos cabrones! –les grité a los ocupantes del
coche deportivo que teníamos delante que, a su vez, estaban detrás de una
motocicleta con sidecar.
Ante la pasividad que mostraron hacia mis palabras me
dispuse a hacer sonar la campana, y es que el camión era tan rudimentario que
ni sirena tenía. Nos teníamos que hacer escuchar a base de campanazos y para
ello le pedí ayuda a mi compañero, que contaba también con una campana en su
lado.
-¡Espabila Mike! –le dije mientras lo zarandeaba-. ¡Toca la
campana! ¡Tenemos que adelantar a toda esta gente o miles de personas morirán!
Mike no tocó la campana. Se limitó a mirarme con cara de
susto sin dirigirme la más mínima palabra.
-¡Nos persigue la poli Mike! ¡¿Qué hacemos por Dios?!
En ese momento pillé a Mike saludando con mucho entusiasmo a
una viandante por la ventanilla. Yo, en cambio, le dediqué un corte de manga al
grito de “¡déjenos trabajar señora!”. Y acto seguido recriminé a mi compañero
la actitud que estaba teniendo.
No lográbamos esquivar el tráfico pese a que mi mano seguía
batiendo la campana con todas mis fuerzas. Ningún coche se apartaba. Cierto es
que nuestra velocidad era constante, pero yo consideraba que podíamos ir más
rápido si adelantábamos, y ello podía significar llegar o no llegar al
incendio.
-¡Mira Mike, un helicóptero! –le grité mientras se lo
señalaba a través de mi ventanilla -. La próxima vez pillo el helicóptero para
ir al incendio. Esto del tráfico es una tomadura de pelo.
Pero Mike estaba llorando. Sus llantos incrementaban al
mismo ritmo en el que nosotros perdíamos velocidad.
-¡Mike, estamos perdiendo velocidad! ¡Deja de llorar y
acelera!
Y es que Mike contaba con un volante en el lado del copiloto
por lo que deduje que también contaría con unos pedales. Pero nada, el vehículo
se iba parando. Perdíamos velocidad. A medida en que nos íbamos parando veíamos
más acumulación de gente en la acera y, finalmente, el camión de bomberos se
frenó de todo. Nunca llegamos al incendio.
-Ha sido un placer trabajar contigo Mike –me despedí
mientras él se bajaba del camión ayudado por una señora.
Yo, después de esperar una despedida que nunca llegó,
descendí también del camión mientras lo miraba con resignación. Segundos
después pude escuchar la voz de mi padre.
-¿Qué tal? ¿Lo pasaste bien?
-No. Me gustaba más el tiovivo del año pasado.
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