lunes, 11 de julio de 2016

Iniciación A de alemán.

Pablo tiene doce años. Ayer su padre, cuando volvía de trabajar, se encontró con el padre de Miguel, compañero de clase de Pablo. Pablo y Miguel son amigos desde que entraron juntos en el colegio y las dos familias tienen una muy buena relación. Preocupados por la situación actual del país los dos padres empezaron a hablar sobre las oportunidades laborales que les esperan a sus hijos cuando estos crezcan. El futuro no pintaba bien.


El padre de Miguel, mientras conversa con el de Pablo, propone apuntar a los dos niños a clases de alemán, un idioma que él entiende que les será muy útil en el futuro.

Miguel veranea desde pequeño en Berlín, donde residen sus tíos, y tiene alguna noción básica sobre el idioma. Pablo, en cambio, no sabe decir absolutamente nada en alemán. Pese a ello, al padre de Pablo le parece una idea brillante y, de acuerdo con el padre de Miguel, deciden llevar a sus hijos a una academia de alemán.

Los niños, por norma de la academia, son citados para realizar una prueba de nivel mediante la cual determinar en qué grupo debe ir cada uno. Lógicamente entienden que los grupos no deben ser hechos por edades, ya que hay niños con más conocimientos que otros, y deciden agrupar a los alumnos en función del nivel de alemán que posean para que, así, las clases sean más acordes a sus necesidades.

El padre de Pablo y el padre de Miguel esperan en la entrada a que la prueba de nivel termine y llegue alguien a comunicarles el resultado.

Una chica, antes de que los niños salgan del aula, se acerca a los padres dirigiéndose en primer lugar al padre de Miguel. Su hijo tiene un nivel bastante flojo pero, dado que tiene algún que otro conocimiento sobre el idioma, deciden introducirlo en el grupo Iniciación A. Acto seguido, se dirige al padre de Pablo y le comunica que su hijo es mejor que vaya al grupo Iniciación B, ya que no sabe absolutamente nada de alemán y debe empezar por lo más básico para poder avanzar.

El padre de Miguel, que ha asentido con la cabeza a todas las indicaciones que esta chica ha comunicado, no da crédito a lo que están viendo sus ojos. El padre de Pablo está exigiendo que su hijo sea introducido en el grupo Iniciación A. La chica intenta explicarle que no tiene nivel para ese grupo y que introducirlo en él sería perjudicial porque no aprendería nada y, además, no desarrollaría ningún tipo de sentimiento de pertenencia al grupo dado que el resto de la clase sí podría seguir el transcurso de la misma pero él no, y ello desembocaría en que al cabo de dos semanas el niño odiase el alemán. El padre de Pablo insiste en que su hijo tiene nivel para estar en el grupo Iniciación A, el niño pronuncia a la perfección el nombre de los jugadores de la selección alemana de fútbol por lo que en un par de sesiones ya estará al nivel del resto. La chica insiste en que no es lo adecuado, vuelve a argumentar los motivos, pero termina, erróneamente, por dejar la decisión en manos del padre, el cual decide que su hijo formará parte del grupo Iniciación A.

En la primera sesión Pablo no entiende nada y cuando la profesora se dirige a él se pone colorado. El resto de niños le miran y se ríen. Pablo lo pasa mal y llega a casa llorando. El padre insiste en que siga, que se esfuerce, que pronto empezará a aprender alemán. Pablo continúa dos semanas, tres semanas, un mes. Pablo se ha convertido en el hazmerreír de la clase. Niños de hasta quince años rezan para que la profesora le haga preguntas a Pablo y poder reírse a su costa. Pablo llega a casa y le dice a su padre que no ha aprendido absolutamente nada en este tiempo y que no quiere volver, que odia el alemán.

La siguiente semana el padre de Pablo pide hablar con el director de la academia. Les llama incompetentes, y les dice que es increíble que no hayan sido capaces de enseñarle nada de alemán a su hijo en más de un mes, que le están robando el dinero. El director, que está informado sobre lo acontecido, le recuerda al padre de Pablo que la decisión de introducirlo en el grupo Iniciación A fue suya en contra de lo que la academia aconsejaba. El padre de Pablo, lleno de razón, le dice al director que quiere darse de baja, que ya le ha encontrado a su hijo una academia en la cuál van a introducir a su hijo en el grupo Iniciación A de alemán. Una academia, dice, que por fin sabe valorar el nivel de alemán de su hijo.

Pablo acaba su primer día de alemán en la nueva academia. Hace tres meses Pablo estaba contento porque estaba a punto de realizar una prueba de alemán. Ahora odia el alemán y además odia a su padre.

¿Te parece esta historia una exageración? Pues este es el pan de cada día en el fútbol base.

2 comentarios:

  1. Antes que nada te saludo, Antón, y bienvenido nuevamente a estos lares cibernéticos.
    No recuerdo si la última vez que te escribí ya había dejado el pseudónimo atrás, en todo caso vuelvo a presentarme:

    Soy Facundo Dassieu, Argentino, alguna vez llamado Elliott Nimoy.

    Respecto a este post, se da en muchos órdenes de la vida que los padres salten por encima de las capacidades reales de sus hijos basándose en apreciaciones personales (Sabe alemán porque pronuncia bien los nombres, va a aprender a bailar rápido porque en casa se la pasa bailando) cosa que termina siendo, como bien decís, sumamente perjudicial para el/la chico/a.


    Te mando un abrazo fuerte y feliz retorno.

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  2. Por desgracia, es una situación bastante real y que sucede en cualquier área de educación, especialmente en el ámbito artístico y deportivo.
    El adulto no acepta consejos ni criterios y exige al centro y al hijo, y el niño, que empieza ilusionado (o a veces ni eso, solo va porque los padres le obligan), acaba rezagado, presionado por todos lados y odiando aquello que no le han dejado apreciar a su propio ritmo y según sus necesidades.
    Buena entrada.

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