-Ya hemos llegado Miguel, éste es su cuarto –le dijo
Leonardo, el conserje, cediéndole el paso.
Miguel, tras posar las maletas en el suelo, se
acercó a la ventana a observar el paisaje que se podía apreciar desde la altura
en la que se encontraba la habitación. Después de ver la inmensa llanura que
rodeaba al edificio volvió a escuchar la voz de Leonardo.
-Bueno, ¿le gusta el paisaje? Le hemos dado la
mejor habitación de todas.
-Pues menos mal –contestó Miguel con clara
antipatía-. Por cierto, he apreciado que en esta habitación hay dos camas,
entiendo que una es para mí, ¿la otra qué es por si traigo invitados?
-La otra cama es para su compañero de habitación,
he ordenado que vayan a buscarlo, está deseando conocerle. Tranquilo, es un
hombre encantador.
Miguel, desconforme, replicó.
-No, mire, creo que hay un error. Yo he pedido una
habitación para mí solo. Yo no sé si usted sabe de qué trabajo, pero si no lo
sabe le digo que necesito intimidad. Puedo pasar por alto que la habitación que
me habéis asignado no corresponda con las fotos que vi en el folleto, pero lo
que no puedo permitir es que me metáis con otra persona en ella.
Antes de que Leonardo le pudiese contestar a su
queja entró por la puerta el otro ocupante del cuarto.
-Hola Luis, ¿qué tal? Te veo mucho mejor hoy que
ayer –le saludó Leonardo utilizando un tono perfectamente acorde al trato que
se les da a los niños pequeños-. ¿Has visto? Ya ha llegado tu nuevo compañero.
Luis, después de mirar con todo detenimiento a
Miguel desde todos los ángulos de la habitación, se atrevió a hablarle.
-Hola, ciao, salut, hello –dijo saludando a toda
velocidad en cuatro idiomas diferentes. Después hizo lo mismo diciendo su
nombre para luego callarse y seguir observando a Miguel ante la incrédula
mirada de éste.
-Luis, hombre, ya te hemos dicho ayer que sería
español. Discúlpele, –se excusó Leonardo ante el nuevo huésped- es que se pone
muy nervioso cuando conoce a alguien.
-¿Y dice usted que hoy lo ve mejor? No mire,
disculpe, de verdad, pero le repito que hay un error. Yo no puedo compartir
habitación, y menos con este hombre, que a primera vista ya se ve que le falta
un hervor.
-Me falta un hervor… -repitió Luis poniendo cara
de estar reflexionando.
-Por favor Miguel, no vamos a tolerar faltas de
respeto hacia Luis.
-¿Quién es Luis? –preguntó Luis.
-¡Esto es increíble! –exclamó Miguel riendo.
-No quiero ningún conflicto en esta habitación
entre ustedes dos o tendré que llamar al director para que tome las riendas del
asunto –les comunicó Leonardo, el conserje, emprendiendo la salida del cuarto.
-¿Pero a dónde va usted? Qué venga, llámelo. ¡Qué
venga! Está claro que tengo que hablar con un alto cargo –le respondió Miguel
mientras Luis saltaba a espaldas de éste de cama en cama gritando “¡me falta un
hervor, oh sí, me falta un hervor!”
-Miguel, por ahora usted se va a quedar aquí. Es
la mejor habitación que tenemos, de verdad. Lo siento si ha habido un
malentendido en el cual usted ha pensado que tendría una habitación individual,
pero no es posible. Lo siento. Y por favor, no me haga llamar al director.
-No, mire. Creo que no me está entendiendo. Es que
yo quiero que llame al director. Y si usted no lo llama pues lo haré yo. No
pueden pretender que un premio Nobel de literatura comparta habitación con este
señor –le contestó Miguel señalando a Luis, que había dejado de saltar de cama
en cama para centrarse en un moco rebelde de su fosa nasal izquierda.
Leonardo, haciendo oídos sordos a las pretensiones
de Miguel, se dirigió hacia la puerta para abandonar el cuarto.
-Visto lo visto, viendo el grado de sordera que
ostenta el conserje de esta puta mierda de hotel, me veo obligado a ser yo el
que vaya en busca del director –susurró Miguel emprendiendo la marcha.
En ese momento Leonardo comenzó a correr hacia la
puerta y, una vez traspasada, se apresuró a cerrarla con llave dejando en su
interior, sin opción de salir, a Miguel y a Luis.
-¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! ¡Abre la
puta puerta, cabrón! –empezó a gritar Miguel mientras golpeaba la puerta
metálica a base de patadas y puñetazos.
Después de unos minutos golpeándola sin recibir
respuesta decidió desistir. Se giró y, asustado, Miguel pudo ver a Luis, ahora
sí, calmado y sentado en una de las camas, con intención de hablar.
-Hazte el loco. Es lo mejor. Se está mejor aquí
que fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario