Hay momentos en que pensamos que con una italiana estaríamos mejor, pero luego llega ese momento que dices "no, yo esto no lo cambio por nada".
Domingo 21 de octubre. Los 3 gallegos de Corso Garibaldi nos vamos a comer a un restaurante chino con Cheng, compatriota de los trabajadores del local.
Rebobinemos unas 18 horas.
Cheng, alias "el chino", se encuentra en su habitación jugando al Warcraft (juego de rol online) como el resto de los días. Feliz, contento, entusiasmado. Así podemos definir su estado durante las horas en las que Cheng juega al Warcraft.
Los gallegos, situados en la cocina-salón, esperamos la llegada de las vecinas italianas descritas en el capítulo anterior. Espectantes, con ansia de practicar. Así podemos definir nuestro estado los momentos previos a la llegada de las profesoras.
Las chicas llegan, se sientan y comienza la clase. Cualquier tema, por inútil que parezca, sirve para practicar. Nuestro italiano progresa adecuadamente.
-¿Dónde está Cheng?- pregunta una de las muchachas en un momento dado.
-Jugando al Warcraft -contesta uno de los gallegos.
Uno de estos se introduce en la habitación del oriental y a los pocos minutos sale.
-Este está loco. Dice que acaba de conseguir un caballo volador que vale 200 euros pero no lo quiere vender.
Os he de decir que por cada 20 horas que juega al videojuego tiene que pagar 10 euros. Si no paga no puede jugar. Pues bien, después de sabe Dios cuánto dinero gastado en el juego había conseguido la oportunidad de recuperar 200 euros, que hombre, bajo mi punto de vista no está mal. Pero nada, que no quería vender.
-Cheng, ¿por qué no vendes el caballo?
-Porque solo una persona de cada 10000 que juegan tiene uno. Y 200 euros es poco.
-¿Pero qué tiene el caballo de especial?
-Vuela.
-Pero Cheng, es más importante el dinero que un videojuego.
-Sí, pero yo ahora soy feliz con mi caballo.
Después de varios intercambios dialécticos del estilo nos dirigimos a la Piazza donde habíamos quedado con una italiana para practicar más italiano.
La noche llegaba a su fin cuando Cheng, alias el chino, recobró el protagonismo.
-Mañana vamos a comer a un restaurante chino para celebrar el cumpleaños del caballo -afirmó con seriedad.
-Pero los cumpleaños se celebran después de un año, en tal caso el cumpledía -dijimos tomándonos a risa su propuesta.
-Bueno, pues el cumpledía. Pago yo -dijo con convencimiento.
-No no, si quieres vamos, pero pagamos cada uno lo nuestro.
-No, os invito yo porque estoy feliz por conseguir el caballo -contestó con una sonrisa en la boca.
¿Que por qué fuimos a comer a un restaurante chino? Pues antes que decirte que fue gracias a un caballo volador te diré que fue gracias a un momento en el que dije "no, yo esto no lo cambio por nada".
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