lunes, 9 de febrero de 2015

El cumpleaños de Banja

“Te quiero, pero no siempre me gusta cómo eres”. Han pasado quince años desde que mi madre murió pero, aún así, todavía sigo escuchando esa frase suya en mi cabeza. Cada vez que me acuerdo de mi madre, es decir, todos los días, me viene a la cabeza esa frase. Con el tiempo he aprendido a superarla, a entender qué es lo que quería decir ella cuando me decía aquello, pero también es verdad que esa frase me ha hecho mucho daño. Me ha hecho tanto daño que hasta yo misma la he utilizado en momentos de enfado con mi padre con la única intención de hacerle daño a él de la misma forma en que esa frase me lo había hecho anteriormente a mí. Esa es la historia que os voy a contar. Cómo mi padre provocó que yo le dijera aquella frase y cómo, posteriormente, provocó que le dijese otra.

-Buenos días Clara, ¿qué tal en el cole?
-Muy bien papá, ¿sabes qué?
-¿Que tienes el culo al revés?
-Boh, no. Que hoy ha venido una niña nueva a clase y he estado jugando con ella en el patio.
-¿Sí? ¡Qué suerte! Ahora ya tienes a una nueva amiga con quien jugar.
-Sí, es muy graciosa. Me lo he pasado muy bien con ella.
-Me alegro. ¿Y cómo se llama?
- Banja.

Cuando mi madre murió, pronto se enteraron de ello en el colegio. Quizás porque la maestra no supo gestionarlo, o quizás porque los niños a esas edades son muy crueles, yo me vi poco a poco apartada de todos mis amigos una vez que ellos conocieron la noticia. Era la rara. La que no tenía madre y la que, a lo mejor, también se aisló un poco del resto tras el fallecimiento, ya que no podía centrar mi atención en otra cosa.

Me quedé sola. Cuando había actividades grupales me quedaba apartada hasta que la maestra, procurando que yo no me enterara, me introducía a la fuerza en uno de los grupos. En todas las clases estaba sola, pasaba los recreos sola, y me iba a casa sola pese a vivir a escasos metros de mi portal compañeros míos que anteriormente eran mis amigos. Estaba marginada. Sólo una persona que también estuviese así podía sacarme de esa situación.

-No lo mires –me dijo mi padre mientras paseábamos por la calle.
-¿A quién? –le respondí.
-A ese hombre que viene por ahí.
-¿Por qué?
-Tú no lo mires. Da igual el porqué.
-Pero… ¿por qué? ¿Es un hombre malo papá?
-Sí. Dame la mano que nos cambiamos de acera.

Mientras cruzábamos no pude hacer otra cosa que fijar mi mirada en aquel hombre. Sinceramente, no tenía pintas de mala persona. Pocos metros tardé en darme cuenta de que lo que había producido que cruzásemos la calle había sido el color de piel de aquel hombre. O más bien, para decir la verdad, el racismo de mi padre.

-Clara, el viernes es mi cumple, ¿quieres venir? Lo voy a celebrar en mi casa y va a haber tarta –me dijo Banja en el patio durante el recreo.
-¿De chocolate? –pregunté ilusionada.
-Sí, y gusanitos.
-¡Bien, me encantan los gusanitos!
-Mis papás quieren traer también a un mago.
-Mi papá sabe hacer magia –le contesté exaltada-. Es muy bueno. Una vez hizo desaparecer la Torre de Hércules.
-Sí, ¡ja! Y yo me lo creo.
-¡Qué es verdad, me lo ha dicho! Quizás, si le digo que vaya, puede hacer algún truco de magia en tu casa.
-Sí, estaría guay –me respondió Banja-. Dile que venga. A mis papás seguro que no les importa.
-Chachi.

Banja era negra y mi padre un racista. Llevar a mi padre a la fiesta de cumpleaños de una niña negra, cuando se cambiaba de acera al ver a uno por la que él caminaba, era posiblemente una locura. Pese a ello quise intentarlo.

No sé muy bien cómo fue la conversación de Banja con sus padres para convencerles de contratar a mi padre como mago pero, teniendo en cuenta que al día siguiente me dijo que él podía ir, siempre he pensado que habría sido algo parecido a esto.

-Mamá, ya le dije a la niña del cole que viniese al cumple el viernes.
-¿Sí? Y qué te dijo, ¿va a venir?
-Sí. Además va a venir su papá, que es mago.
-¿Cómo que es mago? –intervino el padre.
-Si tu hija dice que es mago, será mago –le replicó su mujer.
-Sí, hizo desaparecer la Torre de Hércules varias veces. Mi amiga del cole se lo ha visto hacer. Además sabe hacer mucha más magia. Creo que tiene varita y sombrero.
-Tu abuelo también era mago. Fue a por tabaco y desapareció –dijo con gracia la abuela de Banja.
-Mamá, por favor. Bueno, pues si quieres que venga su padre, lo invitamos también –respondió la madre.
-Cariño, ¿tú estás segura de lo que estás haciendo? –preguntó el padre.
-Parece mentira que aún se lo preguntes. Mi hija no está segura jamás de lo que dice –volvió a hablar la abuela.
-Mamá, ¿te puedes callar? Es el primer padre que deja que su hija asista al cumpleaños de la mía. Sí, estoy segura.

Mi padre no podía saber que Banja era negra porque entonces no me dejaría ir a su cumpleaños. Además mi padre no era mago, había mentido. Mi único propósito diciendo eso era que él también fuese invitado y así, tomando contacto con ellos, se diese cuenta de que las personas negras no eran malas.

-Papá, mi amiga del cole me ha invitado a su cumple el viernes. ¿Y sabes qué? –le dije con entusiasmo.
-¿Que tienes el culo al revés?
-Boh, siempre igual, pues ya no te lo digo.
-A ver, mujer, que era broma.
-Que va a haber tarta de chocolate y que tú también estás invitado.
-¿Cómo que estoy invitado?
-Sí, me lo dijo Banja.
-¿No habrás entendido mal? ¿Cómo me van a invitar a mí?
-¡Qué sí! Hazme caso.
-Vale, vale. Iré entonces, pero ahora es hora de acostarse. Y duérmete pronto porque si no lo haces va a venir el Coco y te va a comer.
-Papá, no me asusta el Coco.
-Pues el vecino de enfrente, que es malo y como se entere de que no estás durmiendo te va a raptar.

El vecino de enfrente era un hombre negro. Inofensivo totalmente. Mi padre nunca subía en el ascensor si ello le obligaba a compartirlo con él. Yo, en cambio, lo había compartido con él en infinidad de ocasiones a la vuelta del cole. Siempre me daba caramelos y me recibía con una sonrisa. Mi padre me estaba empezando a cansar.

-Venga hija, buenas noches. Te quiero.
-Buenas noches.
-¿No me dices “te quiero”?
-Te quiero, pero no siempre me gusta cómo eres.

Me salió del alma. ¿Pero qué clase de amor es ese? Estaba enfadada. Cuando me lo decía mi madre para mí era como si dijese: “No me tienes sin cuidado, es decir, sé que aún puedes herir mis sentimientos, pero no soporto tenerte cerca.” ¿Quién desea ser querido de esa forma? Si me dieran a elegir, tal vez preferiría olvidar el profundo lazo de la sangre y, simplemente, gustar. Me pregunto si no me habría emocionado más que mi madre me hubiera estrechado entre sus brazos y me hubiera dicho: “Me gusta cómo eres”, en vez de: “Te quiero.”

Cuando el viernes llegó estaba muy emocionada.

-¿Le gustará el regalo a Banja? –le pregunté a mi padre cuando íbamos de camino al cumpleaños.
-Seguro que sí. Ya verás.
-Estoy muy nerviosa. Hace mucho que no tengo amigas. Ahora gracias a ella ya no estoy sola en el recreo. ¿Y si no le gusta el regalo y me vuelvo a quedar sola?
-No digas tonterías. Eres una niña maravillosa, regales lo que le regales siempre va a querer ser tu amiga. Créeme.

Tenía muchas esperanzas puestas en ese momento. Había hecho mil y una representaciones en mi cabeza de lo que podía pasar al llegar. Tenía miedo, pero también ilusión. Cuando llegamos a casa de Banja esto fue lo que pasó.

-Hola, encantada, soy la madre de Banja –dijo ésta tras abrir la puerta.
-Hola, yo soy el padre.
-Hola, yo soy la madre de la madre de Banja. Un abuelo la niña no tendrá, ¿no?
-Mamá, por favor.

En ese momento entré corriendo al interior de la casa.

-Miren, esperen un momento. ¡Clara, ven aquí! –me gritó mi padre.
-No se preocupe, nuestra hija también corre por la casa –le contestó el padre de Banja.
-No, pero da igual. No es ese el problema. ¡Clara, qué vengas!
-Pero pase, está usted en su casa. De verdad –le invitó a pasar la madre de Banja.
-No, gracias, ya me voy ahora.
-¿A buscar al abuelo? –insistió la abuela de Banja.
-No nos haga este feo, ¿no va a hacernos usted unos trucos de magia? –preguntó con cierta desilusión la madre de Banja.
-Mire señora, yo no sé hacer magia. ¡Claraaaaaaaaaaaaaaa! –me gritó con un palpable enfado en su voz.
-Ya la ha hecho –le contestó el padre de Banja.
-Permitiendo a su hija que viniese –completó su mujer.
-Miren, escuchen un momento porque creo que ha habido un error –interrumpió mi padre.
-No, escúcheme usted a mí –insistió la madre de Banja-. Quiero darle las gracias. Gracias por dejar que su hija viniese al cumpleaños de la nuestra. Gracias por venir usted hasta aquí. Gracias por aceptar, como una persona normal, que es lo que somos, que su hija sea amiga de la mía.
-Yo no he permitido nada –replicó mi padre, aunque con intención de seguir escuchando lo que le tenían que decir.
-Precisamente –le contestó el padre de Banja-. Ni lo ha permitido ni lo ha prohibido. Le ha dado igual. Mi hija tiene diez años y es la primera vez que tiene una amiga. Cambiarnos de ciudad y, a consecuencia, que Banja se cambiase de colegio, ha sido la mejor decisión de nuestra vida. Mi hija estaba sola, nadie quería ser su amiga. Lloraba todos los días en el recreo sentada en un banco que nadie más quería tocar tras sentarse ella, lloraba en casa a la hora de comer, y lloraba por las noches deseando no tener que volver al colegio la mañana siguiente.
-Sé lo que es eso –a mi padre se le cambió el gesto de la cara-. Mi hija lleva tres años sin amigas. Quizás yo también sepa lo que es que una hija llore en la cama día sí y día también. O a la vuelta del colegio. O ir a hablar con su tutora y que me diga que se pasa sola todos los recreos, y en muchos de ellos llorando. Quizás sea cierto y su hija haya hecho feliz a la mía. No lo sé.
-A lo mejor es cierto y nuestras hijas se han hecho felices mutuamente. A lo mejor gracias a ello nosotros, los tres, seamos ahora más felices viendo a nuestras hijas sonreír –contestó la madre.
-Es posible. No he visto a mi hija sonreír tanto en años. Gracias por invitarla, de verdad.
-Gracias a usted por ser persona. ¿Quiere pasar?
-Sí, claro.

Así fue cómo mi padre decidió quedarse en casa de Banja. Así fue cómo mi padre decidió quedarse en el ascensor con el vecino de enfrente. Así fue cómo mi padre decidió quedarse en la acera en la que estaba independientemente de quién caminase por ella. Así fue cómo yo, una vez fallecido mi padre, decidí que él se quedase en mi vida como alguien a quien admirar. Y así fue como pude decirle a mi padre lo que un día me hubiese gustado que me dijeran a mí.

-Papá, me gusta cómo eres.

2 comentarios:

  1. Gran relato, Antón.
    No son pocas las ocasiones en las que las diferencias con los otros son lo que más parecidos nos hacen.
    Te pido permiso para compartir esta historia en Facebook.

    Un fuerte abrazo, y feliz retorno al blog.

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    1. Permiso concedido.
      Un placer como siempre tenerte de lector.

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