martes, 12 de noviembre de 2013

La habitación

-Ya hemos llegado Miguel, éste es su cuarto –le dijo Leonardo, el conserje, cediéndole el paso.

Miguel, tras posar las maletas en el suelo, se acercó a la ventana a observar el paisaje que se podía apreciar desde la altura en la que se encontraba la habitación. Después de ver la inmensa llanura que rodeaba al edificio volvió a escuchar la voz de Leonardo.


-Bueno, ¿le gusta el paisaje? Le hemos dado la mejor habitación de todas.
-Pues menos mal –contestó Miguel con clara antipatía-. Por cierto, he apreciado que en esta habitación hay dos camas, entiendo que una es para mí, ¿la otra qué es por si traigo invitados?
-La otra cama es para su compañero de habitación, he ordenado que vayan a buscarlo, está deseando conocerle. Tranquilo, es un hombre encantador.

Miguel, desconforme, replicó.

-No, mire, creo que hay un error. Yo he pedido una habitación para mí solo. Yo no sé si usted sabe de qué trabajo, pero si no lo sabe le digo que necesito intimidad. Puedo pasar por alto que la habitación que me habéis asignado no corresponda con las fotos que vi en el folleto, pero lo que no puedo permitir es que me metáis con otra persona en ella.

Antes de que Leonardo le pudiese contestar a su queja entró por la puerta el otro ocupante del cuarto.

-Hola Luis, ¿qué tal? Te veo mucho mejor hoy que ayer –le saludó Leonardo utilizando un tono perfectamente acorde al trato que se les da a los niños pequeños-. ¿Has visto? Ya ha llegado tu nuevo compañero.

Luis, después de mirar con todo detenimiento a Miguel desde todos los ángulos de la habitación, se atrevió a hablarle.

-Hola, ciao, salut, hello –dijo saludando a toda velocidad en cuatro idiomas diferentes. Después hizo lo mismo diciendo su nombre para luego callarse y seguir observando a Miguel ante la incrédula mirada de éste.
-Luis, hombre, ya te hemos dicho ayer que sería español. Discúlpele, –se excusó Leonardo ante el nuevo huésped- es que se pone muy nervioso cuando conoce a alguien.
-¿Y dice usted que hoy lo ve mejor? No mire, disculpe, de verdad, pero le repito que hay un error. Yo no puedo compartir habitación, y menos con este hombre, que a primera vista ya se ve que le falta un hervor.
-Me falta un hervor… -repitió Luis poniendo cara de estar reflexionando.
-Por favor Miguel, no vamos a tolerar faltas de respeto hacia Luis.
-¿Quién es Luis? –preguntó Luis.
-¡Esto es increíble! –exclamó Miguel riendo.
-No quiero ningún conflicto en esta habitación entre ustedes dos o tendré que llamar al director para que tome las riendas del asunto –les comunicó Leonardo, el conserje, emprendiendo la salida del cuarto.
-¿Pero a dónde va usted? Qué venga, llámelo. ¡Qué venga! Está claro que tengo que hablar con un alto cargo –le respondió Miguel mientras Luis saltaba a espaldas de éste de cama en cama gritando “¡me falta un hervor, oh sí, me falta un hervor!”
-Miguel, por ahora usted se va a quedar aquí. Es la mejor habitación que tenemos, de verdad. Lo siento si ha habido un malentendido en el cual usted ha pensado que tendría una habitación individual, pero no es posible. Lo siento. Y por favor, no me haga llamar al director.
-No, mire. Creo que no me está entendiendo. Es que yo quiero que llame al director. Y si usted no lo llama pues lo haré yo. No pueden pretender que un premio Nobel de literatura comparta habitación con este señor –le contestó Miguel señalando a Luis, que había dejado de saltar de cama en cama para centrarse en un moco rebelde de su fosa nasal izquierda.

Leonardo, haciendo oídos sordos a las pretensiones de Miguel, se dirigió hacia la puerta para abandonar el cuarto.

-Visto lo visto, viendo el grado de sordera que ostenta el conserje de esta puta mierda de hotel, me veo obligado a ser yo el que vaya en busca del director –susurró Miguel emprendiendo la marcha.

En ese momento Leonardo comenzó a correr hacia la puerta y, una vez traspasada, se apresuró a cerrarla con llave dejando en su interior, sin opción de salir, a Miguel y a Luis.

-¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! ¡Abre la puta puerta, cabrón! –empezó a gritar Miguel mientras golpeaba la puerta metálica a base de patadas y puñetazos.

Después de unos minutos golpeándola sin recibir respuesta decidió desistir. Se giró y, asustado, Miguel pudo ver a Luis, ahora sí, calmado y sentado en una de las camas, con intención de hablar.


-Hazte el loco. Es lo mejor. Se está mejor aquí que fuera.

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