miércoles, 29 de mayo de 2013

Capítulo I.- Historia de un maestro

Enchufes, todo en esta vida se consigue mediante enchufes, o lo que es lo mismo, buenos contactos. Si tienes buena relación con alguna persona que mueva hilos entonces tendrás la vida solucionada.

Hay quien en un ataque de moralidad extrema te dirá que quiere conseguir las cosas por méritos propios. Pero lo siento, yo no. Yo la moralidad y lo éticamente correcto me lo paso por donde quieras tú imaginar. A mí me parece muy bien que la gente crea en un mundo de alegría, color, amor y paz. Pero no es así, y cuanto antes se den cuenta de cómo funciona esto y lo asuman, antes serán felices.

Si puedo conseguir las cosas cortadas mejor que cortarlas yo, y si me lo dan masticado entonces se avecina felicidad en mi vida. Todo lo que me beneficie y que sea legal lo recibo con los brazos abiertos.

Me he pasado los últimos años de mi vida prácticamente sin hacer nada, lo cual no es cierto si lo valoramos teóricamente. El caso es que los últimos cuatro años de mi vida estuve estudiando magisterio, y quien esté informado un poco sobre el tema sabrá que, siendo suave, no es una carrera del todo exigente. Que digo yo, ¿qué cultura del esfuerzo voy a inculcar a mis alumnos si me he sacado una carrera rascándome la barriga durante cuatro años? Esto dicho en el ambiente universitario no queda bien, e incluso la gente lo recrimina. Pero, como vais viendo y veréis, yo no digo lo que es políticamente correcto o lo que debería de decir para quedar bien. Digo lo que pienso a la vez que pienso lo que digo, y la carrera de magisterio es el hazmerreír de las carreras, lo cual es, bajo mi punto de vista, un error bestial del sistema. La educación es parte vital del desarrollo de una sociedad y se está dejando en manos de gente como yo, gente dispuesta a entrar a trabajar en ella siendo consciente de no haber recibido la formación adecuada.

Pero volvamos al principio, los enchufes. Si me he pasado los cuatro últimos años de mi vida sin hacer nada no iba a empezar a hacer algo ahora que había perdido la práctica. Tenía la opción de estudiar para las oposiciones y conseguir así una plaza fija como funcionario en un centro público escolar, o bien tirar de agenda y hacerme con el número de teléfono del dueño de un colegio privado de mi misma ciudad. Entre estudiar veinticinco temas, y entrar a trabajar saltándome ese agónico esfuerzo, creo es obvio por lo que opté.

Nunca fui muy partidario de los enchufes mientras era estudiante. De hecho siempre he dicho que ese sistema no está bien, que hay que valorar las aptitudes, los conocimientos, y blablabla. Pero una vez acabada la carrera hice un esfuerzo y me autoconvencí de lo contrario. Por beneficio personal más que nada. Es más, estoy tan convencido de ello que a mí, actualmente, el hecho de practicar el enchufe y contratar a tus amigos me parece el mejor sistema que hay, de hecho a la gente que le molesta es a la gente que no tiene amigos, y si no tienen amigos algo habrán hecho, por lo tanto no son unas personas válidas, luego entonces no pueden trabajar. Y una vez acabada la carrera ese era mi razonamiento que me libraría de todo problema de conciencia.

Pues bien, una vez que hablé con mi contacto éste me mandó pasar una entrevista ante el director del centro. Me la tomé a broma, ¿cómo me iba a decir el director que no me contrataba si conocía a su jefe, el dueño del centro?

Cuando llegó el día me presenté en el colegio con el chándal del Barça. Mi vestimenta decía mucho de lo en serio que me tomaba ese mero trámite. Mi lema era “si conoces a alguien importante no te preocupes, tienes un buen futuro delante”, y yo conocía a alguien importante.

El caso es que la cosa no fue como yo pensaba, no sentaron bien mis formas de presentarme a la entrevista, y las preguntas de la misma se convirtieron en un interrogatorio tenso, exigente e intensivo.

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