El póster es precioso. Pegado sobre la
pared azul cielo que tanto tardé en pintar queda estupendo. Es un póster de
Minnie. Había sido idea mía. Paula quería comprar uno de Pluto pero yo,
enamorado del vestido rosa con lunares blancos de Minnie, me impuse en la
elección convencido de que a Daniela, que apenas le faltaban dos meses para
llegar, le encantaría.
Ahora, sacada ya la cuna de la
habitación, solo me queda despegar el póster. Justo antes de hacerlo Paula se
asoma a la puerta llorando. La miro, miro a Minnie, y comienzo también a
llorar.
Así puede ser la vida, afortunadamente no siempre lo es.
ResponderEliminarPero cuando lo es, hasta un póster te puede hacer llorar.
EliminarGracias por el comentario.
Desgarrador.
ResponderEliminarExcelente.
Gracias Elliott. Un placer, como siempre.
EliminarHace un tiempo dejaste tu enlace en mi blog (misrelatosyesteblog) lo que pasa es que hasta ayer no he podido comprar un nuevo ordenador. Oye,este relato es brutal, se me ha hecho un maldito nudo en el estómago, eres bueno, chico. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por pasarte. Me alegra el hecho de que te haya gustado.
EliminarUn saludo.